lunes, 25 de agosto de 2008

En el asientro de atrás

No tenía planes para nada ni nadie en una absurda tarde de domingo sumido en el aburrimiento alimentado por la programación televisiva dominical que a tanta gente aturde. Fue entonces, a última hora del día cuando el teléfono sonó con una llamada un poco fuera de lo normal, pero eras tú.
Una llamada por la desesperación del aislamiento. Una desesperación que sólo yo podría solucionar, y acudí sin apenas pensarlo, sin saber por qué hacía aquello.
Fueron los 70 kilómetros más anormales de mi vida, en los cuales me preguntaba porqué estaba haciendo aquello, porqué me dirigía a un sitio que no conocía ni sabía como llegar... pero llegué al primer intento.
Allí estabas tú, tan hermosa como siempre, pero fuera de lugar. No acostumbraba a verte de esa manera.
Os subisteis al coche y la acerqué a casa, pero no podía centrar mi atención en la carretera. Mi mirada se centraba en el espejo retrovisor mientras miraba lo que pasaba en el asiento de atrás. Ella te daba un beso, tú se lo devolvías, las dos naufragábais en los labios la una de la otra. Buscábais un escondite y se encontraba en mi coche en una de las horas de mayor afluencia de gente por la calle.
Nunca niegues lo que quieres por difícil que sea, pero está claro que te mereces lo mejor... y lo has encontrado. No lo digo por ella, cosa que sin lugar a dudas también es verdad, lo digo por la amistad que nos une, por qué has encontrado en mí otro escondite a sus verdades.

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