A altas horas de la madrugada lo de menos ya es dormir, donde me siento arropado por el ruido de una extraña máquina al final del pasillo, la misma que no desenchufo para aprovechar la escasa luz que me proporciona mientras consigo dar a mi cuerpo la temperatura adecuada a base de continuos cafés bien calientes y así evitar el cerrar los ojos para no dormir.
Lo peor ahora mismo sería soñar.
El frío de la calle hace que la condensación se haga notoria en el interior del domicilio que me tiene atrapado para no dejar salir mi pobre alma en pena a la calle para poder ver a la población. Mientras uno tras otro se van consumiendo los cigarros apoyados en el cenicero.
Todo apunta a una dura y fatídica jornada laboral la que se aproxima, donde una vez más se duda entre la entrega al puesto o simplemente se ejerce un acto mercenario para poder malvivir con un misero sueldo que no asoma a la felicidad.
Añorando los tiempos inocentes, donde nada tenía más precio que una sonrisa, donde los problemas se subsanaban con una apretón de manos y la mejor moneda de trueque era un simple "gracias".
Es esta oscuridad que ciega a muchos la que me abre los ojos mientras la ciudad duerme, la que me deja pensar tranquilo y meditar los pasos a seguir dando, la que tanto añoro y busco cuando me siento débil, aunque mejor dicho, cuando lo reconozco.
La vulnerabilidad me ha soltado la mano y ahora camino solo, donde las decisiones no son de nadie más que mías, donde no soy barro en mano de alfarero o hierro aplastado por el martillo del herrero.
Simplemente soy como me construyo. Sigo siendo el mismo, pero evolucionado, por qué cuando algo pasa es porqué para ello hay un porqué.

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