Eran tan poca la pólvora de ese cartucho que ignorabas que el revolver apuntaba a tu cabeza. La nefasta puntería del forajido hizo que notaras calor por tu pecho, el mismo que rascabas según notabas calor en la zona perforada.
Fue entonces cuando te diste cuenta de la nueva bofetada que te dio la sociedad.
No disponías en aquel entonces de más consciencia que tu completa ignorancia, la cual te abría oportunidades a un nuevo fracaso, el cual recibías con más gloria que pena.
Tus traidores sentimientos no consiguieron que las lágrimas no brotaran de tus ojos, pero tú, duro como el acero, comenzabas a oxidarte desde el corazón.
Fue entonces cuando consejos brotaban de personas anónimas con nombre para conseguir desconcertarte, pero tú, ignorante de todo tu alrededor, asentías sin más pero seguías actuando como si quien te hablara no fuera más que un pequeño susurro del viento.
Tampoco quisiste ser consciente de las colinas que se levantaban a lo lejos, en tu horizonte más próximo, desde las cuales se divisaban señales de humo. Perfectamente sabías lo que te querían transmitir, pero alegaste nuevamente ignorancia y no supiste ver las advertencias que te daban.
Según avanzabas por tu particular desierto, sin apenas alzar la mirada, los buitres volaban en círculos sobre ti a escasos metros del suelo mientras el sudor bañaba tu frente.
La niebla era intensa, pero eras tú el único que la apreciaba. Poco a poco tus pupilas iban tornando y el color de tus cambiaba a blanco.
Desvanecido en el suelo seguías con las esperanzas de seguir caminando.
Tus traidores sentimientos no consiguieron que las lágrimas no brotaran de tus ojos, pero tú, duro como el acero, comenzabas a oxidarte desde el corazón.
Fue entonces cuando consejos brotaban de personas anónimas con nombre para conseguir desconcertarte, pero tú, ignorante de todo tu alrededor, asentías sin más pero seguías actuando como si quien te hablara no fuera más que un pequeño susurro del viento.
Tampoco quisiste ser consciente de las colinas que se levantaban a lo lejos, en tu horizonte más próximo, desde las cuales se divisaban señales de humo. Perfectamente sabías lo que te querían transmitir, pero alegaste nuevamente ignorancia y no supiste ver las advertencias que te daban.
Según avanzabas por tu particular desierto, sin apenas alzar la mirada, los buitres volaban en círculos sobre ti a escasos metros del suelo mientras el sudor bañaba tu frente.
La niebla era intensa, pero eras tú el único que la apreciaba. Poco a poco tus pupilas iban tornando y el color de tus cambiaba a blanco.
Desvanecido en el suelo seguías con las esperanzas de seguir caminando.
La sangre seguía brotando de tu pecho en tus absurdos intentos de erguirte para ponerte en pie.
Fue entonces cuando los hambrientos buitres saciaron su apetito.
Fue entonces cuando los hambrientos buitres saciaron su apetito.


No hay comentarios:
Publicar un comentario